La máquina de escribir naranja

Debía ser yo un niño algo rarito porque con 9 años, cursando 4º de EGB, pedí a los Reyes Magos que me trajeran una máquina de escribir.

Y los Reyes Magos me la trajeron. Me trajeron una preciosa máquina portátil de color naranja que tuve muchos años y que ya no tengo. ¡Qué pena¡ No aprendí a escribir con ella con todos los dedos. Lo hacía solamente con los índices y debí adquirir una cierta destreza.

En la larga crisis que, como opositor, tuve entre 1995 y 1998, más o menos, una de las cosas que hice para no perder demasiado el tiempo y presumiendo que acabaría trabajando en la notaría de mi padre, fue ir a una academia para aprender a escribir a máquina. No conseguí hacerlo bien del todo. Aún hoy que lo hago con todos los dedos sin mirar al teclado (aunque retrocedo, y acabo de hacerlo, muy a menudo porque me equivoco), sigo sin utilizar las teclas de los números y signos cuando me toca usarlos y teniendo que parar cuando me llega el caso.

Finalmente no trabajé en la notaría de mi padre, ni tampoco de gasolinero (aunque me propuse hacerlo enviando un curriculum para trabajar como gerente de una estación de servicio que hoy pagaría por recuperar y que ya me arrepentí de enviar al poco de dejarlo caer en el buzón), ni siquiera llegué a ser secuestrador de protocolos, ni liquidador-anticuario de herencias imposibles (aún recuerdo cuando mi hermano me quitó de un plumazo aquella idea de la cabeza). Al final conseguí trabajar de Notario que era lo que yo más quería. Fue algo tarde, pero me llegó el día.

maquina naranja de justito

Aquella maniquinita naranja, similar a las de las fotos de este post, debió dar rienda a mis primeros impulsos de escribir algo. Lo primero de todo fue un pequeño cuento en el que un grupo de amigos se perdía en una excursión y terminaba en el interior de una cueva. Debió de ser por influencia de “Verano Azul” y el episodio de las Cuevas de Nerja.

Aquel cuentecito me fue calificado (y la palabra es bastante exacta) por un Registrador de la Propiedad, por el Registrador de mi padre en Archena, por Rafael A. Rivas Torralba, que entonces era Registrador de la Propiedad de Mula. Su familia y la mía eran amigas y lo siguen siendo. Fueron unos años muy felices de 1977 hasta 1984 cuando nos fuimos a vivir a Lugo por un traslado de mi padre. En aquellos años los niños hicimos nuestro el descansillo de la escalera y andábamos unos en la casa de los otros y los otros en la casa de los unos.

Rafael que fue gran amigo de mi padre y aún lo es de mi madre, me puso en su extensa nota, toda clase de defectos. Fueron tantos que me asustaron y me pusieron en la inequívoca senda de que yo tenía que ser Notario y no escritor pues no servía para esto. Por cierto, no fue esta que cuento hoy, la única intervención decisiva de Rafael en mi vida, puesto que gracias a él me liberé de mi vocación alternativa y paralela a la notarial: la de ser Alcaide.

Años, muchos años después, casi 40, me veo escribiendo casi a diario en mi blog, con ordenador y en un teclado.

¿Dónde acabaría mi pobre máquina de escribir naranja?

Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario




 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.