Formo parte de la promoción número 69 de la Facultad de Derecho de Murcia. Nos licenciamos en 1991.
Ha llovido mucho y, francamente, no me acuerdo de casi nada. Se me ha olvidado buena parte de lo vivido en aquellos felices años.
Que si San Raimundos, concursos de bebedores de cerveza, la cena de Cobacho en la que conocí a mi mujer (con la que sigo), Burillo (el temible catedrático de Derecho Romano), Landrove (el más temido catedrático de Derecho Penal), la campaña para elegir a Ernesto Arróniz como Delegado de clase (que terminó con su elección aunque comenzó con un propósito bien distinto y sería digna de estudio por los mejores CM), los viajes de Paso del Ecuador y de Fin de Carrera que hice con mis viejos compañeros del Colegio Monteagudo y con algunos otros de la Facultad completamente al margen del viaje oficial del resto del curso, los interminables paréntesis de Don Mariano Hurtado, el catedrático de Derecho Natural (que me dejó pendiente el Tema 7 hasta el mes de Abril del siguiente curso y que debía tener unos 500 indescifrables folios que creo que aún hoy me costaría mucho entender) y, a bote pronto, poco más, aunque todos estos recuerdos me han salido así, del tirón, sin hacer ningún esfuerzo memorístico por lo supongo que saldrían muchas más cosas si intentara recordar aquellos tiempos.
Todo era muy difícil en la Facultad si mirábamos hacia el Colegio o el Instituto, aunque con los años resultó no haberlo sido tanto en comparación con la tremenda oposición a notarías que me merendé en los casi once años siguientes.
Yo quería ser Alcaide
Tenía que haber seguido mi instinto y ser Alcaide que era lo que en el fondo yo quería ser. No funcionario de prisiones, no. Yo quería ser Alcaide, quería ser (como dice mi mujer) Brubaker y parecerme a Robert Redford, infiltrarme entre los presos de una cárcel súper-peligrosa y salir triunfante de rebeliones y motines.
Pero mi padre dijo que nanai que esos estudios no me los pagaba recurriendo incluso para convencerme a Rafael Rivas Torralba, rey de las anotaciones de embargo en este país, gran amigo de mi padre y registrador suyo durante años (y quien probablemente no sabe que ha tenido un par de intervenciones decisivas en mi vida), quien me dijo que yo no tenía carácter para ser Brubaker, que era mejor ser Notario porque era mucho menos peligroso y porque, además, iba a ganar bastante más pasta.
Así que tuve que preparar notarías aunque a los quince días de empezar, cuando me enfrenté a los mastodónticos artículos del Título Preliminar del Código Civil, ya estaba llorando. Tanto esfuerzo para que luego te salga el tema y no te pudieras lucir demasiado con todo lo que ese Título da de si. Si algún día se refunde el Código Civil o se hace uno nuevo, por favor que los pongan al final. Muchas vocaciones notariales se tienen que haber perdido por culpa de ese puñetero Título Preliminar.
Pero, tal vez contra pronóstico, remonté y seguí, seguí y seguí y un día, el 29 de Junio de 2002, día de San Pedro y San Pablo y del Orgullo Gay, aprobé la oposición.
Secuelas de la oposición
A mis 51 soy el resultado de mi propia evolución personal en la que esos once años han forjado carácter, pero no es la oposición la que deja las secuelas, es simplemente la vida.
Todos tenemos un pasado, un presente y un futuro. Me considero una persona perfectamente normal y corriente.
Las secuelas me las hubiera dejado el no aprobar la oposición. Tal vez si no hubiera aprobado estaría haciéndome caracolillos en el pelo y atacando a todo Notario viviente en Twitter como hacen algunos, pero no, aprobé y escapé de eso o de haber acabado entonando mi “pobres gentes” y haciendo uno de mis desternillantes “apocalípsis mercantiles” en el Metro de Madrid junto con mis queridos José Luis Navarro y Sergio García-Rosado.
Espero que pronto se organice algo (ya dejamos pasar los XXV años) y aquellos viejos compañeros de promoción nos podamos volver a ver y nos riamos de este asunto del Alcaide Brubaker y de algunos otros que seguramente me cueste ya trabajo recordar.
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Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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