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Los dedos amarillos

El día antes de mi marcha de mi segundo destino, Es Mercadal, aquel 26 de Enero de 2008, mientras que hablaba por el teléfono fijo de casa a la hora de la cena con Eladio José de los Fortunatos de Mondoñedo, me di cuenta de que tenía los dedos de una mano, creo que la derecha, de un tono ocre, amarillento. ¡Andá (pensé), tengo los dedos amarillos¡

Puesto que soy altamente aprensivo o hipocondríaco, ya no me pude concentrar en la conversación con Eladio y solo pensaba en colgar y en lavarme las manos. Colgué y fui al baño, me las lavé y vi que los dedos seguían estando amarillos, me eché alcohol y aun seguían amarillos. Así que, como siempre hago, me autodiagnostiqué: “tengo algo de hígado”.

No le dije nada a mi mujer, pero furtivamente saque el portátil de la caja donde ya estaba guardado para la mudanza, me conecté a Internet y puse en Google: “Tengo los dedos amarillos”.

Las entradas de la primera página se referían mayoritariamente al color amarillo que deja la nicotina en los dedos índice y anular de los fumadores, pero ese no era mi caso. Yo entonces fumaba muy poco y no podía ser de eso. Además mi tono de color era un amarillo-ocre y no el asqueroso amarillo-nicotina de los dedos de algunos fumadores. Efectivamente, como yo pensaba, otras entradas aludían a los problemas hepáticos. Ya estaba seguro: algo me pasaba en el hígado aunque continué callado y pasé atormentado mi última noche en Menorca.

Por la mañana dejamos nuestra casa, cogimos el coche y en cuanto salimos de Es Mercadal, puse el “Siempre estás diciendo que te vas”, como hicimos al salir de Mondoñedo. Pero ya no fue igual que la primera vez. En realidad no podía ser igual, porque en Menorca no estuvimos tan a gusto como en Mondoñedo y, en consecuencia, nos marchábamos de allí con más ganas, sin tanto sentimiento a flor de piel y fundamentalmente porque mi cabeza no dejaba de repetirme: “tengo los dedos amarillos”.

Cuando llegamos al puerto de Mahón para embarcar, me derrumbé y se lo dije a mi mujer: “tengo que decirte una cosa”. “¿Qué?”, dijo ella asustada por mi tono: “¡Que tengo los dedos amarillos¡”. Después de haberla asustado con mi seriedad y conociéndome, su reacción fue quitarle toda la importancia y supongo que reprimirse la risa.

Ya en el barco, con el Mediterráneo de fondo, bordeando Menorca y camino de Barcelona, descubrí que mi hijo, Justito Junior, también tenía algo de coloración amarillenta en sus deditos. Cuando lo observé pensé que podía haberle contagiado mi afección pero, al poco, de repente, se me hizo la luz y exclamé: ¡ya se porque tenemos los dedos amarillos¡

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Se descubre el enigma de los dedos amarillos

La noche anterior con todo embalado, incluyendo una estantería que compramos en Mahón, que nos llevábamos con nosotros y que está en el pasillo de mi actual casa, al ver la pared desnuda y observar marcas de humedad (Menorca es muy húmeda) pasé el dorso de los dedos de mi mano derecha por la pared y, sin darme cuenta, quedaron impregnados del color de la pintura. Mi hijo debió hacer lo mismo en algún momento. ¡Todo quedaba perfectamente explicado¡

Durante mis horas de “enfermedad” juré dejar de beber alcohol de por vida, pero cuando estábamos cenando en el Parador de Tortosa, parada de nuestra primera etapa ya de vuelta en la península, me pedí una enorme cerveza (y luego otra más), para disfrutar, con la sonrisa de mi mujer, de mi curación del mal de los dedos amarillos.

Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario




 

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