Con la edad, las madres, sobre todo si están solas y con la salud quebrantada como la mía, no se encuentran con fuerzas para afrontar los grandes eventos familiares (ni siquiera la Navidad que es el más importante de todos) con la energía con que lo hacían años atrás. Pero para eso está Cascajares…
Me resisto a dejar (a pesar de que ya no sea raro hacerlo incluso en estas fechas) mi casa familiar, la casa de mis padres, para celebrar las Navidades en un lugar público, así que mi solución en los tres últimos años ha sido recurrir a Cascajares.
Yo celebró un año en casa la Nochebuena y la Navidad en casa de “los contrarios” y al revés el año siguiente, pero el menú Navideño sea Nochebuena o Navidad el día que toca en casa, es desde hace años siempre el mismo. Lástima por el habitual coctel de mariscos y las perdices estofadas (que tanto le gustan a mi amigo Zetacé) que comíamos en los tiempos de soltería el día de Navidad, pero los langostinos y el pavo asado les ganaron claramente la partida cuando llegó el momento de optar por uno de los dos menús tradicionales de casa.
Nuestro menú es el mismo que servía mi abuela Carmucha: langostinos y pavo asado. Los langostinos siguen fieles a su cita, aunque ahora quienes los compramos y cocemos seamos mi mujer y yo en la “super-pota” de mi madre (que es gallega) que me la tiene en comodato permanente hasta que haya orden en contrario y por tanto sin posibilidad de usucapirla, creo yo. El pavo asado es lo que ha pasado a ser competencia de Cascajares.
Ya conocía Cascajares hace varios años, pero fue mi tío Fidel el que me refrescó la memoria cuando las Navidades de 2014 se aproximaban y mi madre tuvo su anual episodio de intentar de que le “dejáramos la Fiesta en Paz“, así que le sugerí recurrir a ellos y hacernos cargo nosotros de la compra, preparación y transporte de los langostinos. Aceptó el trato, así que pedí (junto con una pularda trufada asada al horno para los niños que no tienen la parsimonia de los adultos en una cena de larga duración) un pavo asado “estilo americano” y fue todo un éxito. La historia de Cascajares es una pasada. Emprendedores con éxito (pero no precisamente a la primera), con ideas sensacionales que les llevaron a servir una de sus preparaciones en la Boda de los Reyes de España.
No recuerdo con que antelación hago el pedido, pero no hay que preocuparse porque indicas la fecha exacta de la recepción y así puedes estar completamente tranquilo. La web es fácil de usar y el pedido llega en la fecha prevista. Es vistoso el envoltorio que incluye la forma de preparación y alguna sugerencia de presentación y de receta. Junto al pavo y la pularda que vienen al vacío, el jugo, la compota de manzana y una mermelada de arándanos para acompañar. El pavo es estilo americano y la pularda es trufada. Vienen semi-preparados a falta del último empujón y refrigerados por lo que conviene devolverlos cuanto antes a la nevera, aunque tampoco hay que obsesionarse con ello. En mi notaría, donde los recibo, hace frío porque el local es viejo y está mal acondicionado así que alguna habitación que no usamos es casi un secadero de jamones, que permite tenerlos perfectamente refrigerados hasta que los llevo a casa, donde les quito el empaquetado, puesto que con los envoltorios resultaría difícil meterlos en la nevera (salvo que tengas una enorme o una cámara frigorífica). Somos en casa 18 personas, 13 adultos y jóvenes y 5 niños y con un pavo y una pularda tenemos suficiente. Este año creo que repetiré con el capón que es su plato estrella, el que dio fama a la empresa, el que se sirvió en la Boda de los Reyes y el que vamos a sustituir por la pularda, porque en casa el pavo asado es sagrado.
La preparación simplemente consiste en sacarlos del plástico al vacío, añadir la salsa (el jugo) y darles un último empujón en el horno. En casa preparamos las patatas y mientras el pavo se termina, se abren las primeras cervezas y se descorchan las primeras botellas de vino. Mi hermano, el de Cuellotortuga siempre mete mano a los langostinos antes de tiempo, por aquello de catarlos, no vaya a ser que estén malos. Antes de sentarnos a comer nuestros habituales cánticos al ritmo de San Ildefonso ……”ciento veintinciiincoooo langooostinooooooos”, el pavo y la pularda quedan ya listos en el horno, manteniéndose en calor pero con el horno apagado.
El rito de trinchar el pavo es cosa mía desde que mi padre ya no está con nosotros e incluye las preguntas y comentarios de rigor: ¿muslo o pechuga? ¿te echo salsa¡ ¡te ha salido riquísimo¡ ¡yo ya no puedo más¡, no merece la pena hacerlo en casa, ¿verdad?, ¡échame vino tinto¡ ¿cuantos langostinos nos hemos comido? ¿a cuantos tocábamos? ¿cuantos había? Los brindis que suelen ser cosa de mi mujer, repitiéndose las frases de todos los años como el “para el año” o “el que la familia crezca, que no disminuya” o “de hoy en un año” que son típicas de mi hermana María, tanto como las lagrimitas que se le escapan a mi madre y que todos tenemos que reprimir cuando pensamos en los que ya no están con nosotros en este mundo.
Hoy (como el año pasado siguiendo mi filosofía esférica) a falta de un mes para la Nochebuena, con mis Christmas en el horno, el intercambio de la lotería en marcha, los turrones a punto de llegar, el Árbol y el Belén listos para salir de sus cajas, las bromas del día de los Santos Inocentes ya en mente y el buen rollo navideño (que nadie consigue mantener el resto del año), en ciernes, ya dejo anotado en mi agenda:
“Pedir el pavo y el capón a Cascajares”.
Hasta el año que viene. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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Está bien eso de practicar antes del momento crucial 😉
Hola de nuevo:
En realidad voy sin red, solo que saco el post con las fotos del año anterior. Saludos y gracias, Justito El Notario.
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