Se trataba de una compraventa con problemas para la acreditación de los numerosos pagos del total precio que finalmente no se pudo firmar el dÃa programado porque existÃa un derecho de tanteo y retracto en favor de una administración en el que nadie habÃa reparado hasta que repasé la nota de información continuada del registro competente. Con mucha suerte, y solo unos pocos dÃas después, se consiguió la renuncia de la administración a esos derechos tras el aplazamiento de la firma en los dÃas previos. Bromeé con la compradora y nueva deudora hipotecaria gracias al reciente artÃculo de Isabel Coixet: “Entonces, Fulanita, ¿sentiste desazón el otro dÃa o la has sentido hoy hasta que, por fin, hemos firmado?”. “No, desazón no he tenido ninguna en ningún momento”, me dijo.
Estoy completamente seguro de que esa sensación a caballo de la inquietud (puede haberla), el asco (¿asco en la sala de espera de una notarÃa?) o prevención (en cierto sentido, uno no está tranquilo mientras no firma aquello que le ha llevado al Notario) no la tiene prácticamente nadie (o simplemente nadie) que esté esperando su turno en una notarÃa. Debe ser esta señora la que tiene una grave tendencia a la desazón (es conocida por sus extrañas reacciones en entregas de premios) que deberÃa animarla a ir al gastroenterólogo (o al psiquiatra) a que le miren esa sensación sorda que siente en el estómago en casos como los que relata. No obstante, mientras va alargando la enumeración de lugares o situaciones que le generan esa mezcla de inquietud, asco, prevención y sensación sorda en el estómago, ves que va centrando su problema en la concreta desazón que siente en las habitaciones de ciertos hoteles en las que se le ocurren cosas verdaderamente raras que la llevan a replantearse qué pinta ella allà en ese momento. En esto, tengo que reconocerlo (pero dejando aparte las salas de esperas de las notarÃas), le voy a dar algo de razón.
A veces, cuando me invitan a participar en un evento y cojo mi coche y hago unos cientos de kilómetros y llego a la habitación de hotel que toque y tras comer cualquier cosa sentado en el borde de la cama, con las luces apagadas y con las cortinas entreabiertas, me tumbo con los ojos cerrados intentando eclipsarme a la espera de que llegue la hora, pienso “¿qué hago yo aquà con lo tranquilo que estarÃa ahora mismo en mi casa?; estoy deseando que termine el acto y regresar a casa; ¡para qué me meteré yo en estos lÃos!”.
La diferencia entre Coixet y yo, es que yo no pienso en la salita de espera de Manolo mi dentista, ni en las calles de mi ciudad el catorce de agosto por la tarde, ni en aquel restaurante de La Aljorra en el que los platos hacÃan una huella de polvo en la mesa a la espera de comensales que no llegaban, ni en el Motel de Astorga en el que trasladaban de pasillo las bombillas dejando a oscuras los que no necesitan estar iluminados por falta de huéspedes, ni en los pasos que da uno por la gravilla de un cementerio cuando viene de enterrar a alguien, ni en despeñarme cualquier dÃa con el coche por la cuesta “Colorá”.
No creo que el que venga a constituir una sociedad porque emprende un nuevo negocio, ni el que vende un apartamento que solo le ha dado disgustos, ni el que compra ese apartamento maldito para el otro pero rodeado de expectativas para él, ni aquel que ve cancelada su hipoteca por el Banco, sientan lo que Isabel Coixet siente en la sala de espera de un Notario. Probablemente lo que necesita es cambiar de dentista (y de Notario) y dejar de asistir a eventos que no le apetecen lo mas mÃnimo.
Este es el artÃculo para quien lo quiera leer.
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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