La Muralla Romana de Lugo es una construcción única por sus dos kilómetros y pico de longitud, porque se conserva entera, porque tiene dos mil años, porque es Patrimonio de la Humanidad y sobre todo, desde mi punto de vista, porque es completamente paseable por su adarve. Mi abuelo la recorría todas las tardes, tras dar una pequeña cabezada sentado en su butaca del salón. No falló ningún día hasta que se hizo muy mayor.
Aconsejo al que disponga de poco tiempo para ver Lugo que de una vuelta a la Muralla, porque desde ella se divisa todo el casco antiguo y sus monumentos más importantes. Tras recorrerla, te bajas, visitas la Catedral, el Obispado y la Plaza de Santa María, te das una vuelta por la Plaza de España, los cantones, la Calle de La Reina, la Plaza de Santo Domingo, llegas al Palacio de la Diputación y hasta la Plaza del Ferrol, das la vuelta y te acercas a la Plaza de Abastos y desde allí, tras visitar la Iglesia de San Pedro y el Museo Provincial (con los famosos torques que fueron de un tío abuelo mío, Álvaro Gil Varela), ambos en la Plaza de Soledad, encaras la Rúa Nova en dirección Plaza del Campo y te tomas el primer vino en el mítico 14 donde habrás de pedir una tapa de calamares encebollados.
Si estuviera allí, seguiría por el A Nosa Terra donde no me resistiría a tomar una ración de orella, entraría en el Campos (al que regresaría para comer), me tomaría el cuarto en el Pazo das Pombas y encararía la Calle de la Cruz donde el hígado encebollado de As Cinco Vigas podría ser la última tapa antes de volver sobre mis pasos hacia el Campos, con el permiso de mi amigo Manolo del A Nosa Terra a quien visitaría, sin duda, al día siguiente.
Hay que ver las ganas que tengo de ir a Lugo … y casi las mismas de ir a Roma.
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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