Un profesional (un mal profesional) de la asesoría laboral y fiscal del que a menudo me llegan quejas y del que sufrimos, mis empleados y yo, sus carencias y dejadeces cuando intentamos sacar adelante sus encargos de trabajo o paliar los desaguisados que organiza a sus pobres clientes, viene hoy a firmar un poder especial con dos incautos que no saben dónde se meten trabajando con esta persona.
Mi oficiala ya me había hablado ayer del asunto que daba lugar al poder y andaba buscando un modelo en nuestros formularios habituales que se adaptara a lo que estos clientes necesitaban. Cuando ha llegado el momento del repaso previo a la firma, y me concreta las circunstancias del caso, veo que lo preparado no se ajusta a lo que se necesita, suponiendo ese poder un riesgo innecesario para el poderdante puesto que contiene una gran cantidad de facultades que no era necesario (más bien era absolutamente innecesario) que se concedieran en este caso. Así que le digo que yo “eso (en este concreto caso) no lo firmo así”. Quiero que se concrete, a modo de expositivo, en qué circunstancias se podrá hacer uso del poder. Tras nuestra conversación mi oficiala vuelve a su despacho con las instrucciones recibidas. Sólo pretendo que se explique que el poderdante tiene prevista una determinada operación empresarial e inmobiliaria con el apoderado y que a los fines de esa operación se otorga este poder “especial”.
Pocos segundos después de salir mi oficiala, el asesor toca ligeramente la puerta de mi despacho y se me cuela. Tras él vuelve a entrar mi oficiala persiguiéndole. Yo me pongo de pie porque no quiero que se acomode y porque me molesta mucho esa estrategia maleducada de los que no respetan la organización de una oficina que no es la suya (que no respetan las normas de la casa), así que cuando intenta darme explicaciones sobre el asunto, casi no le dejo hablar y le digo que ya me han explicado y que considero que debe hacerse el poder como he dicho.
En ese momento me suelta un “RELÁJATE“ que produce, pues me parece improcedente e impertinente, el efecto radicalmente contrario y me convierto en Pepe, el hijo del jefe hispano Sopalajo de Arriérez y Torrezno de “Astérix en Hispania”, que echaba humo por nariz y orejas y se ponía completamente rojo cuando le llevaban la contraria. Así que tras un breve intercambio de frases aceleradas sale de mi despacho aunque dudo si convencido o no por mis instrucciones y después de haberme preguntado qué, “si no sé qué escritura (creo que la que ahora diré) se podría firmar o no el próximo jueves”, a lo que le respondo que yo no llevo la agenda de la notaría, ni me encargo de recepcionar las operaciones, por lo que con quien tiene que hablar es con alguno de mis oficiales.
“Jefe, no se firma”
Unos minutos después vuelve mi oficiala con una sonrisilla: “Jefe, no se firma”. Mi oficiala me conoce bien y también sabe perfectamente que me aplico aquello de que “no hay mejor escritura que la que no se firma”, por eso se sonríe.
En la línea habitual de preparación de los asuntos por este profesional (este mal profesional), quería firmar el próximo jueves una compraventa con segregación para la que ni tan siquiera había pedido licencia municipal por lo que el poderdante y el apoderado han decidido no firmar el poder, viendo que a ese negocio al que su asesor le fijaba fecha para dentro de seis días le quedaba aún mucho por hacer y por resolver previamente. Con buena vista (malo pero no tonto), los ha hecho marcharse a sus casas antes de quedar en total evidencia.
Por mi parte, me he quedado atrincherado en mi despacho hasta dejar de oír su voz en el pasillo.
Profesionales mentirosos, abusones, desganados, intrusistas, que anteponen su minuta y excusistas
El mentiroso
Ese que te avisa de que su cliente tiene que coger un avión y que aceleres un asunto al que se le han dado ya muchas vueltas durante varias horas y no precisamente por culpa de la notaría. Que si compro en nuda propiedad con mi esposa y mis hijos compran el usufructo, que si al revés, que si lo compro todo, que si la cabida de la finca es inferior en escritura, que si declaro una obra en construcción o no la declaro, cuando de repente te dice con la escritura en costuras (por su exclusiva culpa) que en quince minutos su cliente tiene que salir hacia el aeropuerto para coger un avión. ¡Pero por qué no lo ha dicho antes, hombre de Dios¡ Entonces las prisas del Corpus, decídase de una vez, ya arreglará la superficie y declare la obra cuando la termine. Y firmamos. Misión cumplida y al rato (superados con creces los quince minutos para la departature) salgo de la notaría a firmar a casa de una persona mayor que no puede acudir a mi despacho y resulta que me encuentro al de las prisas para coger el avión en el bar de enfrente, que tiene terraza, tomándose una pinta (sí, una pinta no una cañita…).
El abusón
Ese que quiere que le supervises, le repases o más bien que le termines (y a veces casi que le empieces) sus propias minutas o documentos. Las minutas de las actas de requerimiento se llevan la palma en esta materia. A veces no merecen ni el nombre de minuta, pues no pasan de un mini papel de puño y letra que trae el requirente, que no viene asistido, con lo que ha creído entender al profesional que nos lo remite para levantar su acta. El cuaderno particional, cuando se protocoliza notarialmente, puede ser fuente de abusos por parte de quienes lo hacen pero te piden “que se lo revises y pongas en la escritura todo lo que falte para no tener problemas para inscribir“.
El desganado
Ese que está aburrido de trabajar a los cincuenta y solo piensa en jubilarse. Piensa en las musarañas mientras se desarrollan los otorgamientos y ya ni repasa las variables. Suele, no obstante, reservarse alguna pregunta clásica (siempre hace la misma y, aún así, no sabe la respuesta) o, si puede, intenta meterte el dedo en el ojo con alguna impertinencia o pregunta mal intencionada.
Los intrusistas
Existen también los arriesgados e inexpertos que gestionan asuntos que no controlan y que, generalmente, llevan mal que se les enmiende la plana (el clásico machófer que dice mi hermano). Te los puedes encontrar llevando una herencia o una operación con cancelación de hipotecas, donación y nueva hipoteca o cualquier otra cosa que se les ponga por delante. Y es que el mundo jurídico, aunque pueda parecer imposible de creer, es un mundo con un grado considerable de intrusismo profesional, en el que cualquiera sin titulación y experiencia, o con una titulación o inexperiencia inadecuadas puede atreverse con asuntos que le quedan grandes (de los que no sabe o que no son de su competencia) pudiendo ocasionar graves problemas a los demás con su negligente actuación.
Los que anteponen su minuta
A algunos lo que les joroba es ver en riesgo su minuta. Llevan semanas o meses con una operación entre manos. Una operación con pegas y problemas, pero sobre la que no han consultado a nadie. Cuando aparecen en la notaría (bueno, por la mía ya no aparecen) y les descubres los inconvenientes engañan a sus clientes y hacen prevalecer sus minutas, el cobro de sus honorarios, por encima de cualquier otra cosa. Estos son los que ocasionan que años después sus clientes vengan con el clásico “¿pero esto no se había arreglado?” o con aquello de “pero si esto me lo llevó Fulanito de Tal que me dijo que no me preocupara”.
Los excusistas
Es que faltan las condiciones particulares y no podemos firmar una póliza de préstamo o de leasing que solo contenga el clausulado general; es que una Comunidad de Bienes (CB) no tiene personalidad jurídica y los integrantes no pueden afianzarla pues ellos mismos son la CB; es que aquí dice que la póliza tiene que estar encabezada con el número de expediente y llevar una copia del aval; es que es conveniente indicar el importe que se pignora (¿qué es pignorar?) … Entonces llegan las típicas excusas: pues nos ha salido así o no han salido más papeles; pues siempre lo hacemos así; pues hemos preguntado y nos han dicho que está bien; pues parece ser que depende del Notario y que unos lo aceptan y otros no. Un día me cansé y alguien pagó el pato cuando le dije: “Oye, ¿yo te cuento a ti el rollo de los problemas que tengo o puedo tener con tu documento una vez que tú te marchas?, no ¿verdad?, pues entonces no me cuentes todas esas cosas; si yo te digo que está mal y verás que aquí, aquí y aquí pone lo que digo, no me des más explicaciones y excusas de este tipo y haz las cosas bien o acepta lo que yo te diga cuando te lo diga …” y así aprendes, me faltó decir. Y me quedé más ancho que largo … bueno, en realidad no me quedé más ancho que largo pero de vez en cuando uno se cansa y pierde el filtro. Otros lo pierden mucho más a menudo o directamente no lo tienen. Todo transcurrió delante del cliente que me decía que “a mi ya me han dado el dinero”. Pero, ¿qué dinero? ¡si esto es un aval¡, no hay ningún dinero que entregar. Encima la operación tenía todo el tufillo de que lo que se necesitaba por el cliente y lo que se le había hecho para instrumentarlo (un aval con pignoración) poco tenía que ver con lo que realmente se necesitaba.
Seguro que cuando le toque una nueva reedición a este post, me habré encontrado con algún nuevo espécimen de mal profesional.
“Algunos de los nuestros”
Que la gente venga menos a tu despacho, a tu notaría, porque trabajes bien (o lo intentes), expliques y leas, resuelvas las papeletas y evites disgustos, acaba por llevarse mal…
Es esta profesión nuestra una profesión rara y lo digo porque sorprenderá a los extraños (no puedo decir que a propios y a extraños porque los propios saben de que hablo), que se pueda elegir al Notario malo en vez de al Notario bueno. Solo me refiero al Notario que hace las cosas mejor o peor, no a los Malos de verdad (los Malos con MAYÚSCULAS) de los que no voy a hablar. A los malos en minúsculas, a los que como resultado de su trabajo dan un producto mediocre y no excelente, a los que hacen las escrituras que les encargan y no las que, debidamente asesorados (si no están debidamente asesorados, y esto lo digo por cualquier profesional, la elección del cliente está viciada) deciden hacer sus clientes porque son las que les convienen, a los que recurren en demasía a los ya me lo acreditarán, a los ya se subsanará, a los no constan, a las renuncias, al “esto no es cosa mía” y a las advertencias de todo tipo, es a los que me refiero. La gente esto no suele percibirlo porque cada uno sabe de lo suyo. Y como Dios los cría y ellos se juntan, es entonces cuando aparecen esos otros malos profesionales de los que he hablado antes. El malo prefiere al malo y el Malo prefiere al Malo. Los buenos y los Buenos nos quedamos a verlas venir y con cara de tontos integrales, viendo como nos quitan a los clientes.
El cliente del profesional normalmente (salvo que también sea malo o Malo) quiere a uno de los buenos o de los Buenos, pero generalmente no sabe distinguirlos. El mal o Mal profesional no quiere que le pongas pegas, ni que me retrases la firma. Yo quiero mi pasta, “give me the money”, luego ya veremos lo que digo … “yo te lo arreglo”, “no te preocupes” o “échale la culpa al boggie”; cualquiera de estas cosas suele ir bien.
Pero, ¿si todas las escrituras son iguales? No, no lo son, como tampoco lo son las cañerías. Yo puedo poner una porquería de cañería en mi casa y que me aguante veinte años. Cuando venda la casa el comprador me dirá, “tiene usted unas cañerías muy malas” y yo casi no recordaré que el fontanero me puso unas cañerías cualquiera y no las buenas que eran más caras y que nunca me darían problemas. Elegí al fontanero malo. Puede que cuando vendas la casa y saques tu escritura encuentres sin resolver el mismo problema que había cuando la compraste y que tendrás que resolver ahora y hasta que tal vez ahora ya no puedas hacerlo. Pero, ¿esto no estaba arreglado?, dirás casi con seguridad. Entonces el mal profesional podrá estar criando malvas o ser el más rico del pueblo. Los Notarios en conjunto tenemos un valor añadido y cada Notario tiene su particular valor añadido y esto tendrá una traducción en la escritura, por eso las escrituras no son todas iguales. A la inmensa mayoría les cuesta entenderlo y dan preferencia a otras cosas absolutamente irrelevantes.
“Es que en aquella notaría me dicen a una hora y media hora después estoy fuera”. Y, ¿qué?
“Es que aquí me mandáis al abogado“. Pues claro, es que es lo que necesitas.
Un amigo qué sabe mucho de Notarios porque entre, otras cosas trabajó en una notaría, quedó sorprendido cuando inocentemente preguntó qué porqué su empresa, una gestoría, llevaba sus asuntos a un Notario de unas calles más allá, cuando tenía uno dos pisos más arriba: “Pues, porque el de arriba pide muchas cosas”.
Semáforo rojo a los malos profesionales
Mi padre por las constantes interrupciones en los otorgamientos a que se veía sometido por unos y otros, acabó poniendo una luz en la puerta de su despacho. Aquella luz, aquel semáforo notarial, prohibía el paso si estaba en rojo y dejaba vía libre cuando estaba apagada. También podría yo optar por algo similar, aunque tal vez menos sofisticado. Algo como el lema que “El Titi”, el huevero que pasaba por la casa de mis padres, llevaba escrito en la parte trasera de su motocarro: “USTED PIDA PASO, QUE EL TITI ESTUDIARÁ EL CASO”.
Ya puestos a poner lemas, muchas veces también tengo serias tentaciones de poner aquel otro que me comentó hace un tiempo mi compañero de promoción Fernando Pérez Rubio:
“NO SE PREOCUPE: CUANDO ESTÉ USTED DENTRO TAMBIÉN LE DEDICARÉ TODO EL TIEMPO QUE NECESITE”
Aunque este lema (o advertencia) está más bien dirigido a un colectivo distinto: el de los que pierden la paciencia durante las esperas en la notaría o el de los que han venido a la notaría sin paciencia alguna, que son muchos aunque ustedes no lo crean. Tal vez haya también un perfil de mal cliente, ese que (¿tal vez porque paga?) se cree con derecho a todo. Es el que abusa de la confianza, el que consulta sin papeles, el que se presenta a horas intempestivas, el que cree lo que lee en Internet o le cuenta su vecino, el que aparece sin cita y con urgencias, el que todo lo ve muy grave o todo lo ve muy fácil y rápido de hacer o el que incluso puede montar en cólera.
No sabría qué semáforo le podría poner yo a los malos profesionales (“reservado el derecho de admisión”...), aunque la verdad que cada vez me hace menos falta porque lo cierto es que he conseguido que casi dejen de venir (salvo que el asunto sea personal suyo, en cuyo caso, curiosamente, puede que reaparezcan…).
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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Reconozco a muchas de las personas de las que habla este artículo, aunque tengan otras caras y otros nombres.”El malo prefiere al malo y el Malo prefiere al Malo”: no se puede expresar mejor.
Hola María José:
Pero que difícil es que la gente entienda que no somos todos iguales.
A veces me desespero … gracias por tu comentario. Un abrazo, Justito El Notario.
Gran artículo, conozo de una buena notaria que actualmente se encuentra en Ribadeo para aconsejarle lo del semáforo, pues en innumerables ocasiones tiene que interrumpir una firma.
Buenos días Jose:
Con ganas de ser Notario de Ribadeo me quedé yo. Si llego a serlo de Mondoñedo unos meses más, se me hubiera puesto a tiro y entonces mi “película vital” podría haber cambiado bastante.
Gracias por la participación y el comentario. Un abrazo. Justito El Notario.
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Enhorabuena por la entrada. Efectivamente, yo creía que los notarios “malos” (los que yo llamo los notarios “ciegos, sordos y mudos”, que tan queridos son por muchos asesores y los del “tó pá dentro”) tendrían menos clientela que los que no olvidamos que las escrituras comienzan con nuestro nombre y apellidos y que, por tanto, “algo” tenemos que ver con lo que viene después y, por eso, debemos intervenir, corregir e incluso parar la operación; pero no es en absoluto así. De todas formas, uno no puede remediar ser como es. Un abrazo muy fuerte
Querido compañero: Muchas gracias.
Parece que somos de la misma genética notarial, a la que por otra parte, pienso que pertenecemos la gran mayoría.
Esa clase de trabajo mal hecho para quien lo quiera. Efectivamente, yo tampoco puedo remediarlo.
Un abrazo y gracias por la participación y el comentario. Justito El Notario.
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Muy bueno Justito! Lo que tú dices de los “semáforos” lo vi por primera vez en mi año erasmus en los despachos de la Universidad de Laponia y la verdad me pareció una idea genial.
Hola Uxía:
En aquellos tiempos en que lo puso mi padre, nos pareció algo extraño, pero ya veo que no lo era tanto¡. Un abrazo y gracias por la participación y el comentario. Justito El Notario.
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