Me voy a meter hoy en un pequeño berenjenal tratando un tema algo polémico del que hablaba esta semana con un compañero.
Es conocido para los lectores asiduos de mi blog (y también para los que hayan leído mi libro que en días, tal vez en horas, estará de nuevo a la venta) aquello que dije (aunque las autocitas estén muy mal vistas) de que tras el aprobado “me instalé en una nube, en una nube de alivio. Una inmensa nube de alivio en la que aún vivo, aunque tiene dos agujeros por los que saco las piernas para así poder tener los pies en el suelo”.
Lo traigo a colación porque filosofando con ese compañero cuya oposición daría para una interesante entrevista (que no me quiere conceder), me decía que “a estas alturas todavía tengo algo que digerir, porque mi primer sentimiento hacia los que aprueban en tres años o menos es de envidia“.
Yo (sinceramente) le respondí que también sentía esa envidia y que no era, precisamente, una envidia sana, pero que para mi lo verdaderamente importante (y que podía llegar a “molestarme”) era el no digerir bien el éxito de aprobar rápidamente la oposición (¡si ya cuesta digerirlo cuando tardas!) quedándote para siempre instalado en una nube sin agujeros.
Los que aprueban en tres años, no saben (no, no lo saben, háganme caso) lo fácil que es pasar de tres a cinco, de cinco a siete, de siete a nueve o de nueve a once años. Los que hemos pasado por ello, nos hemos tenido que dar toda clase de explicaciones a nosotros mismos (y a los demás) y rebuscando fuerzas para continuar (para autoconvencernos de la locura que estábamos haciendo), hemos recurrido para justificar nuestra desgracia e infortunio a echarle la culpa (real o no tanto) a esos pocos temas que nos habíamos dejado sin repasar en la última vuelta, a que nos salió la maldita bola de alguno de los temas negros que llevábamos, a que al tribunal no le gustaron nuestros temas, a que se nos quedó corto el ejercicio, a que no nos dio tiempo a terminarlo, a la mala combinación de temas que nos tocó en suerte, a que nos tocó examinarnos a las diez de la noche, a que nos ampliaron la convocatoria, a que nos pusimos enfermos, a que nuestros padres se divorciaron o a que nos vino una pandemia y nos fastidió el ritmo cuando estábamos a pocas semanas de examinarnos.
Sin embargo, a los que aprueban en un visto y no visto nunca les oyes decir que se habían dejado veinte temas en la última vuelta y que nos les salió ninguno, ni tampoco que no les salió ninguno de sus temas odiados o negros, ni que no tuvieron que esperar pues les tocó los primeros de la sesión, ni que se examinaron el día que tenían calculado, ni que nadie se murió, se enfermó o se divorció cuando estaban con el examen a la vuelta de la esquina, ni siquiera que una pandemia les vino bien para llegar a una convocatoria a la que no les daba tiempo de haberse desarrollado normalmente.
Es también muy usual que unos nos olvidemos de nuestra falta de aptitud y actitud y que otros no tengan en cuenta que la aptitud y la actitud no lo son todo.
Es decir, que, por lo general, los tardíos tendemos a justificar (puede que incluso hasta exagerar o desvirtuar) nuestra mala suerte o viento en contra en circunstancias diversas y los precoces tienden a justificar (puede que incluso a negar) que han tenido buena suerte y que siempre les ha soplado el viento de cara.
Siempre se dice eso de que “todos los opositores tenemos nuestra historia”, y sí, efectivamente, cada uno tiene una, pero hay historias que son mucho mejores o más bien, en este caso, peores o muchísimo peores que otras. Háganme caso.
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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Estaba ordenando los recuerdos que conservo de él cuando me he topado con tu “berenjenal”. ¡Cuánta razón esconde!
Los recuerdos que acicalo son de mi amigo, Francis Huerta Sánchez, uno de esos opositores destinados a flotar sobre la nube sin agujeros. Todos los que tuvieron la fortuna de coincidir con él en la academia de URIBE SORRIBAS a mediados de los 80 saben de quien hablo. Jamás suspendió un oral y jamás aprobó el dictamen. Esto último no cuadraba con la brillantez con que los hacía. Me comentaba con risas que URIBE le tenía un aprecio especial, que “hacía extensible” a su hija, en la confianza de que ella intimara con un joven futuro Notario.
Sobre las razones por las que no aprobó nunca quise entrar, a pesar de tener que escucharlas una y otra vez, tanto de él como de su padre, Don Sebastión Huerta Herrero, magnífico Magistrado que lo fue de la Audiencia Nacional y posteriormente del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Yo no estuve allí y no puede corroborar nada.
Lo que sí puedo asegurar es que su desazón por no ser Notario se fue instalando en su espíritu. No conseguió expulsar la rabia. Y pasaron los años. De tres a cinco, de cinco a siete, de siete a nueve, de nueve a once…y tras una década firmando las convocatorias y no presentarse, con la idea de que no le dejarían ser Notario, tuvo la ocurrencia de firmar la de ¡Registros!
¿Por qué lo has hecho si nunca has querido ser Registrador? le pregunté. Y me contesta que para saludar a los miembros del Tribunal, antiguos compañeros de penurias, que casualmente se habían agolpado en esa convocatoria.
Yo suspendí una semana antes y me pidió que me quedara con él en su casa de Buitrago de Lozoya. Nos pasamos los días visitando a sus amigos Notarios, en Riaza, en Soria, en Madrid. En fin.
En este trazo de su vida sí que fui testigo ocular. Era el último de la convocatoria, lógicamente de la segunda vuelta, y, vestidos de paisano, le acompañé al Colegio de Registradores en Príncipe de Vergara. Entró, se dirigió al Tribunal con algún chascarrillo y se giró hacia la puerta. Yo me levante con él. En ese momento, el Presidente del Tribunal levantó la voz y le conminó a sentarse con un grito. Francis le contestó que su intención era únicamente la de saludar y que no tenía intención de examinarse, ni iba vestido con el protocolo preciso y que incluso carecía de reloj. Era verdad.
Le dijo el Presidente: “Del tiempo no se preocupe, este Tribunal sí dispone de reloj, su vestimenta no se le tendrá en consideración, sus intenciones le son indiferentes a este quien le hable. Así que, por favor, saque las bolas”. El tema del domicilio, el segundo de usufructo, el tema de la prueba y el de las sociedades colectivas y comanditarias. Eso lo tocó. Como te dije, jamás suspendió un oral. Este incluso con reserva. Ahora bien, mentiría si dijera que el Tribunal durante la hora no pasó por alto lo inimaginable. Él siempre supo que le intentaban retornar una deuda ya muy lejana. No la aprovechó, por cierto. Quería ser Notario.
Ese inconformismo vital se fue adentrando en su corazón, en sus entrañas. Acabó envenenándole. El médico que le diagnosticó la demencia era incapaz de entender lo que le contaba sobre esos dictámenes que no aprobó. Supongo que no hay ni habrá estudios científicos que lo explique.
Mientras incineraban a Francis la semana pasada, me acordé de ti, Justito. Del bien que le hubiera hecho leer tu libro, escuchar tus experiencias, tus propias heridas. Ha sido mi bálsamo, mi medicina alternativa.
Pero Francis llevaba cinco años atado a un sillón de sky, mirando a un punto fijo de la pared, con babas en la comisura de los labios y su Código Civil (o lo quedaba de él) entre las piernas. Creo que finalmente ya está encima de las nubes. Seguiré mirando al cielo.
Un saludo.
Buenas tardes Dandanovic:
Es una historia muy triste. Horrible.
“Era uno de esos opositores destinados a flotar sobre la nube sin agujeros. Jamás suspendió un oral y jamás aprobó el dictamen lo que no cuadraba con la brillantez con que los hacía. Su desazón por no ser Notario se fue instalando en su espíritu. No consiguió expulsar la rabia. Pasaron los años. Una década firmando las convocatorias y sin presentarse y tuvo la ocurrencia de firmar registros. El tema del domicilio, el segundo de usufructo, el tema de la prueba y el de las sociedades colectivas y comanditarias. Eso lo tocó. Jamás suspendió un oral. Este lo aprobó incluso con reserva. El inconformismo vital se fue adentrando en su corazón, en sus entrañas. Acabó envenenándole. El médico que le diagnosticó la demencia era incapaz de entender lo que le contaba sobre esos dictámenes que no aprobó. Mientras incineraban a Francis la semana pasada, me acordé de ti, Justito. Del bien que le hubiera hecho leer tu libro, escuchar tus experiencias, tus propias heridas. Ha sido mi bálsamo, mi medicina alternativa, pero él llevaba cinco años atado a un sillón mirando a un punto fijo de la pared. Creo que finalmente ya está encima de las nubes. Seguiré mirando al cielo”.
No sé si te parece bien que le brindemos un pequeño homenaje … Creo que la historia es completamente excepcional, pero los males que la oposición puede causar, las heridas, las huellas que puede dejar (y más si no la apruebas) son inmensas. No somos todos iguales, ni siquiera para esto, pero es muy triste leerlo y conocer su historia.
En fin, lo siento mucho.
Un abrazo y gracias, Justito El Notario.
Me parece perfecto. Ojalá la bruma llegue a alguno de tus compañeros que tuvieron la fortuna de conocerlo.
Pues aquí va:
https://www.justitonotario.es/faq/nunca-suspendo-examen-oral/
Descanse en paz. Lo siento, un abrazo, Justito El Notario.
Feliz verano!
No acabo de entender eso que dices de digerir el aprobado en tiempo récord, salvo que estés siendo sutil y consideres que vivir en una nube de éxito sin fugas sea un error. A mí me parece que en la vida, al margen de la oposición, es imposible vivir en una nube de éxito. Puede que vayas por ahí. Un saludo y agradecimiento por la ayuda que son los posts.
Hola Alicia:
Yo sí que creo que hay gente que se endiosa, que se lo cree, que cuando se sube a la nube al aprobar (y peor cuanto más joven) ya no vuelve a bajarse jamás. También creo que no es una cosa exclusiva del mundo de las oposiciones sino de cualquier otra actividad que lleve a alguien al éxito profesional/personal.
En cuanto a la digestión, lo que creo es que venirse arriba cuando se aprueba es normal pero luego hay que normalizarse y analizar las cosas con objetividad. Muchos no lo hacen y nos venden la moto de que ellos son listos y nosotros tontos…. ;)))
Un abrazo y ánimo, Justito El Notario.
Brillante exposición Justito,bueno como son las tuyas!!coincido absolutamente con lo expuesto y te entiendo tan tan bien lo que dices.
Cuando yo opositaba (Fiscales..bno Judicatura pero y quería ser Fiscal) conocí a algún “máquina” “lumbreras””lince” q la sacó en año y pocos meses y c una Amiga opositora,hoy Fiscal,comentabamos porque es tan despota..y decísmos es que no ha Sufrido la oposición y es que es verdad hay gente que tiene la suerte de no haber sufrido la opo..se la saca en escasos dos años..dos y medio y lo triste para mi q alguna d esa gente(otra no por favor)se instala en un pedestal del que no hay quien los baje…”pa ellos”.
Un beso Justito,deseo todo siga bien,muchas gracias por tus escritos y trabajo,
Paz
Hola Paz:
Muchísimas gracias.
Aunque ya menos veces, filosofando con unos y otros sobre la oposición salen cosas que quedan muy bien.
Gracias por tus palabras y por tu apoyo.
Todo bien por aquí, un abrzo, Justito El Notario.
Me parece muy acertada la reflexión, me quedo con una parte para mi a destacar : ” Los que aprueban en tres años, no saben (no, no lo saben, háganme caso) lo fácil que es pasar de tres a cinco, de cinco a siete, de siete a nueve o de nueve a once”
Buenos días Marta:
Aunque le doy (le damos) muchas vueltas al tema de la oposición, la reflexión de hoy no me la había hecho (al menos de este modo).
Lo tengo ABSOLUTAMENTE claro y me enfada, aunque no lo diga, que todas las historias de oposiciones se vean iguales cuando NI MUCHO MENOS lo son.
Un tipo o tipa aprobado en cuatro añitos ha jugado otra juego, ha tenido otra batalla muy distinta a la mía.
Ánimo y un abrazo, Justito El Notario.