En Mondoñedo, salir de la notaría hacia las nueve, después de una tarde de trabajo que la siesta y la comida en casa siempre precedían (¡qué buenos tiempos¡) y tomar los vinos con los amigos fue una costumbre casi diaria. Que si una ronda (o dos en mi caso) en el Central, con Donald y Rosa, sentados en la mesa de la esquina con el correspondiente ritual en el que cada uno bebía siempre lo mismo (¡y de tapa yo casi siempre los riñones¡) por lo que ya no hacía falta que te preguntaran que ibas a tomar, pagando ordenadamente las rondas sucesivas, con las invitaciones que te podían llegar desde cualquier otra mesa o punto de la barra y que otro día (o el mismo a poder ser) había que intentar corresponder. De allí, a la siguiente parada que solía ser O Rincón de Manolo o A Tasca de Toño y Piedad, y a veces uno después del otro. En A Tasca los de la partida nocturna y los de fútbol eran los penúltimos en marcharse (Picoaga, Guillermo, Lombardero, los Alfonsos …) y de la barra pasábamos al pequeño comedor donde podíamos acabar cenando desde un magnífico caldo a un guiso de conejo, pasando por una espectacular tortilla (¡menudos huevos¡), el pulpo o el raxo con sus patatas (¿son novas?) y los pimientos, y el queso y el membrillo “para acabar o viño”, como siempre decía Eladio. Otros días nos íbamos en dirección contraria, hacia Os Muiños, donde Pepe en O Valeco, nos disponía sus enormes tablas de embutido, jamón y queso, entre otras cosas, siempre que no te decidieras a subirte al comedor y ponerte “como el Quico”. No mucho después llego Alfredo, con su Bodeguiña que también comenzamos a frecuentar.
Sin demasiadas ganas, volvíamos a casa pero dando una vuelta, más bien un largo rodeo. Recuerdo aquellos paseos con César, Ana, José Luis y mi mujer con enorme añoranza. Pasábamos por la Alameda y nos dirigíamos a la Rua dos Castros, una de mis preferidas, junto con la Rua de Casas Novas. El frío de la noche, la escasa contaminación lumínica del valle, la oscuridad de algunos rincones, la humedad de las calles, el olor a fresco y a limpio, la historia de cada casa (Samarugo, Montenegro, Cagamonedas, Cunqueiro …. ) y la de cualquier recoveco que nuestros amigos nos contaban.
Al paso, en cualquier esquina también una historia sobre Leiras Pulpeiro, otra vez Cunqueiro, Marina Mayoral, Pardo de Cela, Manolo Montero “Merlín”, Cabanela, Carlos Folgueira “O Rei das Tartas”, Lence Santar, Puchades, Elena Candia, Don Jaime Cabot o Xosé Vizoso (el autor del dibujo), entre otros.
Nos despedíamos con el clásico “deica mañá” de Ana, subiendo las escaleras, camino de nuestra acogedora buhardilla con vistas a la Paula y a San Rosendo, y al conjunto de la espléndida Catedral de Mondoñedo conocida como “arrodillada”. Difícilmente me resistía a abrir la ventana de la buhardilla y a asomar medio cuerpo desde mi banquito comprado en Ikea para seguir respirando un poco más el fresco de la noche divisando el Padornelo entre la negrura. Después cerraba y me iba para la cama.
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
|