Holanda es el cuarto país que visito en más de una ocasión. Al frente de mis incursiones en el extranjero y muy destacado de los demás está Portugal (donde he vuelto este verano), le sigue Italia (donde estuve en el verano de 2017), luego Francia (donde estuve en el verano y en el otoño de 2017) y ahora les sigue Holanda (hace un tiempo estuve Amsterdam y el año pasado en Rotterdam). Este año me he estrenado en Irlanda, Dinamarca y Suecia. Por el horizonte podría asomar la República Checa. Ya veremos.
Leo a bordo del avión de Transavia (compañía con la que nunca había volado y vuelo en estos instantes que escribo) a Andrés Rodríguez en el Magazine Tapas, que él dirige, que él milita “en el consejo que dice que no deberías volver al lugar en el que has sido feliz”. Mi mujer es de la opinión de Andrés Rodríguez y aún va más allá que él. En general no le gusta repetir destino; yo en cambio pienso que ¿por qué no repetir en un sitio que no te gustó? No digo que en todos (y no doy nombres), pero en algunos puede que no descubrieras sus encantos o no fueras en el mejor momento o en la mejor compañía o con el mejor plan o con la mejor organización. A mí me pasó en Cádiz o en Roma que son destinos que nadie en su sano juicio catalogaría entre los irrepetibles. Así que yo me apunto a repetir viajes y sobre todo me apunto a volver a ir a los lugares en los que he sido feliz (aunque sea a Astorga y lo digo muy en serio que mi bisabuela Josefina era de Castrillo de los Polvazares). Supongo que se entenderá por qué llevo más de 10 años queriendo repetir viaje a Nueva York y aún no lo haya conseguido…
¿Por qué Rotterdam?
Muchos de los que saben que viajaba a Rotterdam me lo han preguntado.
Pues porque sí o ¿porqué no?, porque un día de esos en que se hacen planes en grupo, planes que a veces salen y a veces no (normalmente no), alguien encendió la mecha que me tiene ahora mismo a bordo de un avión, por encima de las nubes, escribiendo y a punto de colocarme el antifaz y los tapones para pegar una cabezada que me haga llegar en plena forma a Rotterdam antes de lanzarnos por sus calles.
El viaje desde mi ciudad es cómodo, el avión estaba bien de precio, los aeropuertos de salida y llegada son medianos o pequeños, la distancia al centro desde el aeropuerto de Rotterdam escasa y la ciudad manejable y con alternativas cercanas para visitar sin el agobio turístico que sufres en Amsterdam.
Hasta este momento, al margen de la bacanal de ostras que el viaje promete, lo que más me ha motivado e impresionado de Rotterdam de cara a visitarla es recordar el atroz bombardeo que sufrió en la II Guerra Mundial que provocó la inmediata rendición de Holanda a los nazis. El recuerdo de aquello subsiste en la ciudad y lo he podido comprobar en “The 500 Hidden Secrets of Rotterdam”, la única guía en exclusiva de la ciudad que me he podido agenciar para preparar algo el viaje. Se trata de una atípica guía que solo he conseguido encontrar en inglés; no sé si existe edición en castellano.
Me quedo traspuesto o dormido y me despierto con el mensaje del copiloto que nos advierte de que en unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Rotterdam-La Haya.
Primer día
Nos recibe un tiempo maravilloso soleado y con pocas clouds. El taxi al hotel nos cuesta 33 euros (para grupos grandes interesan los taxis para ocho que pueden salir por el mismo precio que uno para cuatro).
El CitizenM Rotterdam, que pintaba muy bien a priori, resulta aún mejor en vivo y en directo. Tendré en cuenta esta cadena cuando viaje a alguna ciudad donde tengan hoteles. Es un edificio acristalado con el fin de aprovechar lo más posible la luz natural en estas latitudes donde el sol escasea. Este tipo de edificio es una constante en la ciudad.
El concepto conserjería-recepción ha desaparecido. Te haces tú mismo el checking y el checkout en unas pantallas de ordenador que se integran con el terminal de pago (tarjeta o tarjeta, débito o crédito, es la única opción de pago) y un escáner para configurarte la o las tarjetas de la habitación. En el proceso puedes ser asistido por unos jóvenes y simpáticos (como todo el personal) recepcionistas por si te atascas en algún punto. Estos chicos, lo mismo te ponen un café que te ayudan con la llegada, con la salida o proporcionándote información (algunos en castellano) sobre tus necesidades en la city.
El concepto de funcionalidad en la habitación es máximo. La cama está contra las paredes y el ventanal, una tablet maneja luces, persianas, cortinas, música y televisión. La ducha y el váter conforman un módulo y el lavabo está en el mini pasillo que comunica la puerta con el pie de cama en el que aún caben una mesa, con taburete y una mesita. Un cajón bajo la cama te permite vaciar maletas y liberar espacios. Hasta hay caja fuerte pero no hay minibar, aunque a mi me parece que los minibares son una antigualla salvo que estén bien provistos y tengan precios razonables. Reconozco que sigo tirando de ellos en ese momento cerveza que en ocasiones suelo tener en una habitación de hotel o en ese momento zumo cuando la hora de arrancada me impide empezar un día con algo que echarme al cuerpo de manera inmediata o he apurado demasiado la cama o en ese otro momento agua fresca que puede asaltarte en medio de una noche si la cena y el bebercio han sido copiosos.
Las zonas comunes están profusa y modernamente decoradas y están divididas por estanterías de huecos. Son muy grandes y hay cuatro en total. Resultan muy confortables para sentarse a leer, charlar, beber, ver la tele, jugar o traerte el desayuno desde una de ellas en la que está la barra, que está operativa y bien atendida todo el día tanto para desayunar, como para picar algo o tomarte una copa. Tienen el detalle de invitarte a una ronda, pero a una ronda de verdad, desde un hot-chocolate a un buen gin-tonic acompañado de un bol de frutos secos y con repetición también gratuita de la jugada para los niños. Insisto, gra-tis, “by the face”. No es que no me haya pasado en España, no me había pasado en ningún sitio. Y eso que el hotel para los tres que somos (no hay camas supletorias) cuesta 85 euros noche sin desayuno. Los niños de hasta 12 pueden dormir en tu propia cama y no hace falta que lo avises. A partir de esa edad, ya necesitan de una habitación independiente.
Segundo día
Escribo ahora después de desayunar dos buenos cafés, bacon, huevos revueltos, una no tostada (por lo visto aquí no son aficionados a tostarse el pan) y algo de bollería con un poco de mantequilla (solo el primer día tuvieron una buena mantequilla holandesa).
Enseguida nos vamos al Mercado, al Market Hall, así que tengo otro rato para contar la cena de ayer.
Café TerMarsch
Uno de los mejores momentos de un viaje es la primera cena o comida del grupo. Todos juntos, frescos, animados, con hambre y sed. No fue fácil conseguir la reserva en un país en el que los niños se dejan en casa y no abundan los grupos numerosos, pero una vez sentados nos atendieron a la perfección. Mejor olvidarse del vino y dedicarse a la cerveza que acompañamos de un poco de todo. Ensaladas, borrels (aperitivos o snacks), pollo con diferentes salsas y, por supuesto, patatas fritas. Podéis ver la variedad de la carta en el enlace al local.
Tras desayunar, salimos desde el hotel hacia un enorme mercado callejero en el que hay un poco de todo: flores, pescado fresco, antigüedades, ropa nueva y usada, fruta, verdura, y de allí al Market Hall situado en el interior de un sorprendente edificio en forma de U al revés con una bóveda surrealista y con puestos de comida y bebida a cada cual más interesante y sugerente. Tras recorrerlo entero y tomar una cerveza nos vamos a comer a un restaurante vietnamita pero hacemos una parada en The Fish Market donde nos ventilamos varias docenas de ostras, un par de raciones de mejillones y tres botellas de vino, llegando a dudar de si vamos o no al vietnamita o nos reservamos para la noche. La duda se disipa y continuamos camino por el centro hacia Little V.
En el vietnamita, nos encanta el escenario y nos disponen un menú exagerado para ocho adultos y cinco niños. Advertimos de que ya estamos medio comidos pero no nos aconsejan bien y sobra comida, demasiada. Es una comida ligera con mucha verdura y predominantemente cocida, escasamente picante. Tal vez con más hambre hubiera valorado más algunos platos que visualmente no resultaban apetecibles como un lenguadito pequeño o una sopa con indefinidos tropezones flotantes. Me quedo con los rollos en su fina pasta, con la textura al dente de las verduras y con las carnes de ternera y pollo.
Luego callejeamos y algunos intentamos entrar al Museo Boijmans para contemplar su colección surrealista y la exposición Mad About Surrealism con obras de Dalí, Ernst, Magritte y Miró, que se mantendrá abierta hasta finales de Mayo y que no pudimos ver porque el Museo cerraba a las cinco de la tarde, así que volvimos paseando al Hotel, deteniéndonos a ver las casas cúbicas que están justo al lado del CitizenM. El aroma de los Coffe Shops nos sale al paso por momentos.
Una big ducht me acompaña ahora, antes de salir a dar otra vuelta y cenar algo.
Vapiano
He estado en Vapiano en Budapest, Berlín, Viena y Rotterdam que ahora recuerde. El único descuidado, y mira que nos gustan y me sabe mal decirlo, ha sido este de Rotterdam, mal atendido, escaso de personal y desarreglado. La próxima vez, en la próxima ciudad me lo voy a pensar antes de repetir en Vapiano y eso que manejan un concepto muy dinámico y atrayente. Varias colas para los antipasti y ensalatas, pizzas y pasta y otra para las bebidas y postres. Te dan una tarjeta prepago que luego liquidas al salir. La decoración es con mesas y sillas altas situadas espaciosamente y con un público variado aunque generalmente joven. Salvo las pizzas que se preparan en el acto y las esperas en la mesa, el resto se cocina en tu presencia, mientras haces cola, eligiendo tú los ingredientes. Pero en Rotterdam algo falló y Vapiano no tuvo el éxito y el encanto de otras ciudades.
Tercer día
El cansancio de la semana se deja sentir y los 16.000 pasos del día de ayer, según Withings, hacen mella en un tipo como yo, aunque una buena dormida, un flat white y un capuccino me ponen en órbita y camino a Delft en un precioso día.
El hotel está a un paso de la estación Rotterdam Blaack que permite coger tren o metro. A nuestros efectos, podemos coger un tren directo a Delft a donde llegamos en unos 20 minutos. La estación está a un paso del centro así que al poco de llegar empezamos a pasear las calle a pie, recorriendo más tarde sus canales en barco.
En el barco tuvimos un episodio muy divertido con el capitán que se lanzó a rescatar a una paloma. Un chaval joven, con ganas de agradar vio una paloma atrapada en un verdoso canal y se lanzó al agua en calzoncillos a rescatarla entre las risas y aplausos de los pasajeros.
Me encantó la plaza central con el Ayuntamiento y la iglesia.
Comimos en Friet District donde dos esforzados jóvenes nos atendieron a todos con algunas dificultades. El menú fue a base de borrels, hot dogs y hamburguesas que acompañamos de varios tipos de cerveza. Algunas te pueden colocar si te las tomas en ayunas gracias a sus 8º de alcohol.
Al salir nos tomamos un cannolo siciliano y otro capuccino en una heladería de la plaza y seguimos paseando un buen rato por la ciudad que me recordó a Brujas, aunque con muchísima menos gente, cosa que como en Rotterdam se agradece mucho. Además vimos poquísimos españoles en ambas ciudades.
Paseando, paseando, regresamos a la estación y de vuelta a Rotterdam en el tren, donde llegamos cansados y nos reponemos con una tardía siesta, preludio de la última salida nocturna.
El plan incluía repetición, ahora sin los niños, de la jugada en The Fish Market. Tres docenas de ostras nacionales, tipo Zeeland y un par de botellas de Chardonnay. Las exquisitas ostras que no nos resistimos a repetir nos hicieron llegar tarde al sitio previsto para la cena. Un domingo noche en Rotterdam todo cierra más temprano y nos quedamos sin la programada cena en Wakamama. Así que tuvimos que recurrir a Very Italian Pizza, un sitio normalito pero que cerraba a horas más habituales para un grupo de españoles. Al terminar y ya en el hotel, a algunos aún nos cupo sitio para un postrero gin tonic.
Cuarto día: Vuelta a casa
Puesto que salimos por la tarde (el hotel ofrecía un late checkout del que no hicimos uso) nos damos un pequeño paseo y luego nos dirigimos en el emocionante taxi acuático al Hotel New York, punto de partida de los viajes de otra época hacia el Nuevo Mundo, decadente, romántico y hasta un pelín misterioso. En sitio muy recomendable para alojarse (creo que las habitaciones son magníficas) y para comer en su restaurante (ostras, por ejemplo…).
Tras la visita regresamos andando haciendo el centro y fuimos de nuevo al Merkat Hall, donde yo me despaché bien a gusto un cartucho de patatas con mayonesa, un arenque en su panecillo con cebolla y una cervecita.
Ahora escribo las últimas líneas en mi móvil, mientras que esperamos la salida de nuestro vuelo de regreso que se encuentra delayed.
AQUÍ OS DEJO UNA SELECCIÓN DE FOTOS DEL VIAJE
Por cierto, hoy ha venido un Abogado de origen holandés y me ha dicho (al comentarle yo que Rotterdam me había gustado): “Pues debes ser el único. Vete al Norte la próxima vez”. Lo tendré en cuenta, pero no altera en absoluto mi percepción del viaje.
Fantástico este grupo de amigos con los que hemos hecho el viaje con el que, por cierto, ya hicimos un estupendo primer viaje en 2016. ¡Espero que en 2018 repitamos¡ ¡Aún estamos a tiempo¡
Hasta otra. Un abrazo. Justito El Notario. @justitonotario
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